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Desde el embarazo se inicia la vinculación entre la madre y el hijo. Ella se relaciona con su bebé de muchas maneras, acariciando su barriga, hablándole, sintiendo sus movimientos,… también el padre, si está presente y cercano, participa de la experiencia.
A continuación viene el parto, y como dice Laura Rincón en su libro “Así fluye el amor” (2004): “El parto, es una situación que supone, tanto para la madre como para el bebé, esfuerzo, cansancio, tensión, dolor físico y en ocasiones peligro y miedo. Esa situación tensa debe llegar a la polaridad contraria una vez que el niño está fuera del cuerpo de la madre; debemos permitir a ambos sentir juntos la felicidad del primer encuentro, la relajación, el contacto visual […] conocerse y estar juntos para disfrutar del encuentro y el amor […] genera un vínculo profundo entre ambos”.
El niño nace con un impulso natural de acercamiento a la madre. Esta es la figura más importante de su vida. El primer contacto lo realiza con ella, y él se abre para recibir todo su amor y protección.
El amor que la madre le transmite, le aporta la seguridad, confianza y calor que necesita; y es que el hijo necesita mucho de alimento interno, porque la comida no es suficiente. Cuando lo abraza y lo alimenta, con su leche, está fluyendo una energía invisible que llamamos amor. No hay otra relación que sea tan cercana. La necesidad de la presencia de la madre -su presencia literal, real- es absoluta.
Sin embargo, si cuando somos demasiado pequeños e indefensos, este impulso o movimiento natural hacia la madre, se detiene de forma brusca y repentina, por ejemplo, si el hijo ha vivido una separación prematura, una fuerte sensación de rechazo, o se siente herido, estas vivencias pueden originar que el movimiento natural de acercamiento se interrumpa.
Bert Hellinger llama movimiento interrumpido al dolor del hijo frente a una separación, a temprana edad, de sus progenitores, básicamente cuando se trata de la madre. El hijo siente el dolor de la separación con sentimientos de rabia, desesperación y tristeza.
Las situaciones que pueden originarlo son:
- un parto complicado, donde la vida del hijo y/o de la madre corren peligro de muerte,
- el bebé tiene que quedarse en una incubadora durante un tiempo,
- la madre muere poco tiempo después de dar a luz,
- la acogida temporal por otros familiares, o entrega en adopción,
- la madre sufre una enfermedad que la incapacita para ejercer su labor de atención y cuidado,
- separaciones, por viajes de los padres, durante los primeros años en la vida del hijo,
- sentimientos de rabia, tristeza o dolor en la madre, durante el embarazo, que pueden ser debidos a, problemas con su pareja, muerte de alguna persona cercana a ella, o cualquier situación que tenga un impacto emocional, que la deje sumida en un dolor tal que no quede disponible, emocionalmente, para vivir con entrega el nacimiento de su hijo.
La presencia de la madre da seguridad. El temor de perderla, es el primer terror que conocemos. Para el hijo es muy doloroso no poder sentir, durante su primera infancia, el contacto, el abrazo, la mirada y la protección de la madre. Si no recibe lo que tanto necesita, le inunda una sensación de estar solo, de sentirse abandonado y rechazado. Es tan pequeño que no puede asimilar el dolor de una separación y cuanto más pronto suceda, más traumática será para él.
Como consecuencia, la relación entre la madre y el hijo va a resultar muy dañada. Además, el hijo va a crecer con esta necesidad insatisfecha, pasando el resto de su vida buscando el abrazo o la cercanía que le faltó.El periodo de separación es decisivo para definir la personalidad del niño, que podrá ser muy vulnerable y desconfiada, pudiendo llegar a convertirse en una persona que no confíe en nada ni en nadie, ni siquiera en su propia madre. Le puede llevar, además, a una posición existencial de desvalorización y desamor que interprete como: “mi madre / mi padre no me dieron el amor que me correspondía, mis padres no me amaron”.
El niño que desea estar junto a su madre, y esta está continuamente ausente, puede descubrir que el amor y la necesidad de tenerla cerca resulta muy doloroso.
“Quien de niño haya tenido esta experiencia no encuentra como adulto la valentía de entregarse por completo al amor de su pareja. Está atrapado entre la nostalgia y sus experiencias negativas…”
Bertold Ulsamer, 2004
Cuando llegue a adulto, va a repetir, inconscientemente, esta misma dinámica e interrumpirá la aproximación hacia las personas que ama. Cada vez que quiera acercarse a alguien, le aparecerán los recuerdos dolorosos y reaccionará con los mismos sentimientos y síntomas corporales. Al mismo tiempo, deseará acercarse y temerá la aproximación. Es decir, en vez de dirigirse al otro hasta alcanzar su meta, la persona retrocede, o inicia un movimiento circular, que lo hace volver al punto de partida y así repetir el sentimiento de abandono que vivió en el momento de nacer. El acercamiento amoroso queda interrumpido.
Para la persona es muy duro vivir esta situación, desea algo con todas sus fuerzas y, al mismo tiempo, se impide la posibilidad de alcanzarlo. Desarrolla un miedo a la intimidad. En el fondo lo que está evitando es ser rechazado.
Especialmente detrás de la depresión y la resignación, con frecuencia la persona siempre vuelve a estar expuesta a situaciones y sentimientos vinculados con aquellas, en las que un movimiento de acercamiento, jamás encontró una respuesta.
Extractos del Artículo de la Revista Terapia Gestalt Nº 29 AETG. «La Unión de las diferencias». Ed. La Llave, 2009. Autora: Carmen Luzón Alfonso.